SI LOS NIÑOS HABLARAN...

Lic. Alejandra de Gante Casas

 

La violencia es uno de los principales problemas que han enfrentado los infantes desde los albores de la humanidad;  en algunas etapas, culturas y grupos sociales se ha manifestado con grados de crueldad extrema hasta llegar a la muerte. Apenas a finales de este milenio la infancia comienza a significar una preocupación social, y se han hecho paulatinos acercamientos para lograr una verdadera protección. Es angustiante que hasta ahora los niños se han convertido, de simples motivos de literatura y de poesía, en una preocupación del Estado. Por desgracia, en nuestro medio muchos hombres, mujeres y niños todavía siguen viviendo las secuelas físicas y psicológicas dejadas por las constantes y continuadas manifestaciones de agresión de la que son o fueron objeto en una época de su vida.

 

Es difícil saber con precisión si el problema de la violencia en contra de los niños y las niñas ha aumentado o se mantiene las mismas proporciones lo que sí queda claro es que de unos años para acá se habla abiertamente del maltrato infantil;  hasta hoy muchas formas de agresión no eran concebidas como tales, por el contrario, eran alabadas y consideradas necesarias dentro del proceso educativo. Pedagogos reconocidos justificaban los castigos y los golpes en las escuelas como medida disciplinaria, aunque se precisara que debía hacerse con moderación.  Los niños y las niñas sufren en la actualidad la agresión física y sexual, la negligencia, el abandono, la corrupción y otros tratos perversos que afectan su desarrollo psicosocial, y les ocasiona daño moral.  Esta situación puede prevalecer por mucho tiempo, incluso años, porque muchas víctimas son obligadas a guardar silencio. Este secreto impuesto tiende un manto de impunidad del delincuente e impide un oportuno y adecuado apoyo a las personas dañadas.  Los efectos de la agresión sexual dependen de la edad de la víctima, su sexo, experiencias previas, así como de los recursos personales y sociales de que disponga para hacer frente a dicha situación. En las mujeres que experimentaron la agresión en la infancia, hay una mayor tendencia al aislamiento, una baja autoestima, ataques de ansiedad, trastornos del sueño y la alimentación, problemas de identidad sexual, adicciones, mayor riesgo de suicidio y prostitución, así como a relaciones afectivas destructivas y codependencia afectiva, entre otros.

 

Los varones se encuentran en una situación de desventaja en relación con las niñas, ya que suelen ser más reservados y reciben amenazas más violentas que las niñas y, sobre todo, evitan hablar de la experiencia por temor a las burlas de sus compañeros y otras personas que con cierta frecuencia a etiquetan como homosexuales a quienes han sufrido este tipo de agresiones.  Es muy común que el agresor de menores oculte su acción con la corrupción o el secreto impuesto; ello le permite no ser descubierto y eludir (aparentemente) su responsabilidad ante algunas personas y adjudicársela al menor (si no decía nada el niño, es porque le gustaba).  Durante más de doce años de experiencia en apoyo a víctimas de agresión sexual, hemos identificado algunas estrategias que el agresor utiliza para preservar el secreto, las cuales varían según la edad de la víctima y su relación o grado de cercanía. En el caso de menores en edad preescolar es muy común el argumento “éste es nuestro secreto, no se lo digas a nadie...". Esto es con frecuencia descubierto por las educadoras cuando en algunos ejercicios de estimulación temprana, el menor propone jugar como lo hace con el agresor o con juegos sexuales no comunes para la edad preescolar.  El chantaje, acompañado de corrupción, más a menudo en menores de edad se hace efectivo con obsequios o a la entrega de dinero por dejarse tocar o ejecutar determinados actos en otro. Las amenazas operan de modo efectivo en los menores por el temor a ser dañados físicamente, o sus seres queridos.

 

Hacer responsable a la víctima es otro ejemplo, con los comentarios desafortunados como “No dijiste nada la primera vez, entonces te gustó". "Si aceptaste el regalo, entonces por eso aceptaste lo demás". "La niña es una seductora...", etcétera.  La baja autoestima es estimulada por el agresor en algunas víctimas: “Tú no eres importante". "No me importa lo que sientas o quieras". "Estás para servir a los demás." "Tus hermanos son tu responsabilidad." Estos comentarios y los mensajes que estimulan la carencia de poder en el menor debilita los recursos de defensa de la víctima ("Nadie cree a los niños, los niños mienten y manejan fantasías referentes al sexo." "Los hijos deben respeto y sumisión a los mayores." "Yo soy más grande y fuerte que tú." "Si lo cuentas no te van a creer a ti, sino a mí." "Todos se darán cuenta de la clase de niño que eres y no te van a querer." "Te llevarán también a ti a la cárcel." "Te quedarás solo y sin familia". "Por tu culpa me llevarán a la cárcel y dejarás a tus hermanos sin padre." "Si la gente se entera, te correrán de la escuela y de la doctrina."

 

Cuando el agresor es el padre o el padrastro de la víctima, éste procura romper los vínculos de comunicación y convivencia del menor con las personas que en un determinado momento pudieran intervenir en su auxilio, e incluso impedir su asistencia a la escuela o reunión con otros grupos sociales. En algunos casos de incesto manejan la agresión sexual como una consecuencia de la "irresponsabilidad" de la madre: "Si tu madre me cumpliera no tendría que hacerlo contigo." "Tu mamá sabe lo que hacemos y no le importa." "Si le dices a tu madre ella va a sufrir mucho por tu culpa." Esta acción hace que la o el menor no vea a la madre como una aliada sino como la responsable de lo que sucede. El agresor se encarga de generar conflictos entre madre e hija o hijo, para agrandar el abismo de comunicación entre ellos, traducido en rencor, distanciamiento, desconfianza.  Por último, los golpes, lesiones, fracturas, mutilaciones, quemaduras e incluso el homicidio son elementos que garantizan y resguardan el secreto. La revelación de éste es muy importante; los menores que aprendan a no guardar secretos que les dañan permitirán asegurar la interrupción inmediata de la agresión sexual y definir estrategias de protección. De lo contrario el agresor podrá hacer lo que quiera sin responsabilizarse de sus actos y mucho menos del impacto que éstos generan en la víctima, en la familia y en la sociedad.

 

En el caso de la víctima, el obligarse a callar le produce sentimientos de responsabilidad, como si fuera culpable y debiera avergonzarse de lo ocurrido, por lo que siempre deberá callar y no comentar lo ocurrido; así, el menor se creerá merecedor del maltrato, debido a lo confuso de sus sentimientos y a una percepción irreal de su situación.  Por desgracia, las experiencias de agresión sexual en la infancia son muy frecuentes; en una investigación del Centro de Orientación y Prevención a la Agresión Sexual, AC, se encontró que de 1 500 estudiantes de licenciatura de esta ciudad, en 1989, 17.5 por ciento de los encuestados habían tenido este tipo de experiencias. Durante 1997, en el programa Prevención a la Agresión Sexual en Jalisco, se puso en evidencia que de siete mil niños de primaria, 20 por ciento de ellos fueron agredidos sexualmente y prefirieron guardar en secreto.

 

La creciente incidencia de maltrato al menor en todas sus manifestaciones nos obliga a estructurar programas de intervención sociofamiliar de manera coordinada, a fin de prevenir las consecuencias emocionales y sociales cuando el menor revela que fue violado, además de asegurar la interrupción inmediata de la agresión y establecer medidas efectivas de protección jurídico-asistencial.  La prevención es prioritaria en nuestro medio, además de campañas permanentes para la identificación, revelación y denuncia de la agresión sexual, programas educativos multidisciplinarios e institucionales encaminados al autocuidado, a la atención a víctimas y familiares de carácter multidisciplinar, y sobre todo el establecimiento de redes sociales de apoyo.  Se requiere además reformas a los códigos Penal y Civil en materia familiar y al de procedimientos de ambos campos, con medidas efectivas e inmediatas de protección al menor.

 

Las comisiones estatales de derechos humanos carecen de facultades para intervenir, en estos casos,  sobre todo cuando se presentan entre particulares; pero puede proporcionar información a las víctimas respecto a sus derechos y la forma de hacerlos efectivos por parte de  servidores públicos así como orientar por una deficiente atención recibida en instituciones públicas, por su mal funcionamiento o por malos tratos dados a las víctimas por los profesionales que en ella laboran, por negligencia profesional y deficiente calidad en la atención; o por corrupción.  Las instituciones públicas defensoras de derechos humanos vigilan que cumplan su cometido  los órganos del Estado encargados del control social de los sucesos delictivos o las instituciones de asistencia social y educativas cuya función sea la protección del menor.


 

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